Madres de lo ajeno - Reflexiones desviadas
Texto publicado en el libro Filles de Mare de la editorial Espiral Literaria
Laura del Valle 2012-2015
La gata de callejón
de sus bufidos, generosa,
millonaria del instinto
regala sus espléndidas
tetas, plenas de vida
a la camada huérfana.
– Natividad Comas Navés
Hablo de cómo he multiplicado mi manera de entenderme a través de la observación calmada de las voces de otras mujeres. Voces llenas de razones y significados, que siguen construyendo de manera incansable y dotando de múltiples sentidos, una realidad ausente. Habiendo recorrido junto a ellas tramos de vida, observo en silencio sus expresiones, tan necesarias para la tarea de crecer-me. De esta observación amorosa, he destilado una gran cantidad de esencias múltiples, necesarias para seguir desde este bastión, creciéndolas y haciéndolas volar.
Empiezo siempre en observación desde la penumbra, sabiéndome como en la época de callar mucho y escuchar más, llevando conmigo esa tradición a la edad adulta.
Escuchar, procesar, entender, crecer y multiplicar.
Dejando que los pies se arrastren por el camino, sentir con ello ausencia de presión y holgura a borbotones para estirarte la sonrisa hasta las orejas y así poder empezar. En el camino sentirme atrapada en el gusto de visionar mujeres múltiples, enteras y derivadas, procedentes de sí mismas, de otras mujeres, de la nada consciente y del abrazo a los mundos. Todas ellas creadoras de una increíble selva repleta de múltiples formas vegetativas como de maneras de ser, construyendo un prolífico mundo poliédrico, donde la belleza hacia lo que nos rodea nos revienta las costuras con suma facilidad. Todo, siempre nos va pequeño, por eso incomodamos, porque nos removemos por dentro, escupiendo ira hacia fuera.
A la vez nos aprieta la felicidad casi sin querer, como un rayo de sol desviado de su trayectoria. Partículas danzando libres sin ton ni son... sin dueño ni patria.
Y al instante, sin mediar palabra ni contigo ni conmigo, que soy la casa del silencio... le sigue la oscuridad y ahí de nuevo, me invade de nuevo esa tristeza congénita, que huele a océano denso, pesado y magnánimo. Se mueve lentamente, haciendo que te sientas removida por algo que sabes que nadie ve y son tus cavidades internas, cuevas marinas habitadas por un mar sin fin, que se dejan moldear por la vida marina.
Me es imposible deshacerme de ella, a la vez que tampoco necesito despedirme. Está en mí y la amo igual.
Le siguen simulacros de libertad, en forma de destellos luminosos, con nosotras envueltas en risas y miradas, en complicidad, en alineación del entusiasmo que nos produce estar juntas.
Y luego el hastío, porque nos siguen oliendo mal los pies, porque la otra habla más de lo que tú te permites a ti misma y por eso la miras de soslayo. Es más segura que tú y tú no quieres competir, solo quieres ser como ella pero a tu manera. Sin parecerte casi, sólo en la esencia de lo que nos une, que es el amor a la vida, y no, nunca desde las personas que se dedican a abrazar árboles, sino desde las que se abren en canal el plexo solar para sangrarse delante de las otras y así entre todas, con nuestras vísceras, saber qué hacer, o no...
Y volver de nuevo a jugar a solas, a imaginar con la música, como lo haces con el pincel y simplemente dejarte llevar, como cuando lo dejas caer sobre el papel, jugueteando, sin rumbo ni destino, simplemente disfrutando del proceso para encontrar puertas y ventanas, abiertas en vida y cerradas en silencio. Nunca creíste que te impondría tanto vacío, una ventana sin cortina.
Detenerte en una respiración, no dejar salir el aire hasta cinco segundos después y sentir que tu cuerpo es infinito y que solo te lo acabas después de vivir intensamente.
Recordar con ese cuerpo infinito, que lo lees así, gracias a esas esencias destiladas. Intento comprenderlas, desde la lectura consciente, de una hija a una madre, de una hija a su hija no nacida, de su hermana odiada a su hermana amada, de su madre a su madre no vivida, de su querida abuela a su queridísima nieta... y vuelta a empezar. Entrar en ese, nuestro círculo, el de nuestra capacidad para proteger y cuidar, que sin lugar a dudas está relacionado íntimamente con nuestra capacidad de gestar probablemente. Pero las que hemos decidido que no seremos madres, ¿por qué queremos seguir maternando a todo el mundo?
Años doliéndome con las comparaciones odiosas de mi adolescencia... ¡Pareces una madre! Cabreo y escupitajos de ira eran expulsados por igual... Años y lecturas después entiendo que el significado ha virado al fin en mi cabeza y se ha convertido en algo mucho más interesante. Ver la posibilidad de entender la vida desde el más profundo amor por la misma, es la forma más sensata que se me ocurre. Cuando ella me explicaba esas teorías de las corrientes del amor, pensaba que era alguna cursilada de hippies no apta para irreverentes como yo. Su teoría funcionaba en las fiestas en casa, en nuestro matriarcado, pero fuera existía un mundo hostil y fiero donde no había casi lugar pero el amor verdadero, solo para percibir dolor y multiplicarlo en los demás.
En ese ejercicio de dualidad, en la supervivencia continua entre varios mundos, nos llenamos de historias, desde las más vividas hasta solo las habitadas, pasando por las sigilosamente susurradas.
En esos parajes personales y lugares tan íntimos, donde sólo cabe un hilo de pensamiento, que pasa de ser olvido desahuciado a alinearse estelarmente gracias al perfume de una señora dentro de un teatro, a donde has ido a ver una vez más, una historia dirigida por un hombre y, sin pretenderlo, se te olvida él, se te olvida Pinter, se te olvida el papel de ella porque te disgusta y en ese lugar maravilloso, coronado por una escenografía especialmente bella, muta en un escenario sin actores, donde solo hay un foco que baña la piel de una mujer [sin definir], que nos representa a todas, pero no solo a unas, las que más se parecen a mí, no, a todas; las que nos sentimos más dueñas de nosotras, las que nos sentimos ajenas en un cuerpo extraño, las que soñamos a cada suspiro, a las que nos encanta odiar y sentirnos finas y aguileñas con ello, las que nos jode el suspiro ajeno, las que nos encanta patear el diccionario cientos de veces porque le hemos perdido el miedo a la ley, las que hemos inventado formas múltiples de amor, las que hemos caído rendidas a los pies de lo absurdo, las que hemos callado por miedo a molestar y luego lo hemos hecho solo por el simple hecho de hacerlo.
Todas, las que somos libres, las que sufrimos por las que lo son menos, las que queremos dar un paso atrás para darles a ellas ese lugar, las que reclamamos que algunos abandonen sus privilegios, las que queremos pisar cabezas saturadas de egoísmo, borrachas de superioridad, coronándose como soberanas de lo absurdo. Demostración de fuerza y, en resumen, pena.
Todas, las que bailamos bajo esa luz que nos baña los cuerpos y somos más que libres, tan libres como para reír hasta escupirnos y bailar hasta pisarnos, pero sobre todo para bailar sobre la tumba de lo que no nos representa. Todas nosotras poseemos un denominador común y es que nos hemos pasado el patriarcado por el santo culo.
Ese patriarcado que nos da un cobijo extraño del que nos resulta difícil deshacernos, porque es de textura múltiple y cuando menos te lo esperas, sigues encontrándote capas anidadas en tu más profundo universo, que te barnizan a ti, a la otra y a ellos.
Y te sorprende porque, sin saber de dónde lo sacas, te sigues queriendo, les sigues queriendo y te gustaría poder dejar de hacerlo, para que esto se convirtiera en un repulsivo que les hiciera reaccionar, pero aun así, aunque no lo consigas, hay algo invisible que te une a ellos, desde tu yo más orgánico, las entrañas, hasta parte de vuestra vida.
Y dentro de tu necesidad de justicia extrema, sigue brotando esa semilla verde de forma impertérrita como en el Día de la Marmota, nunca se pudre, nunca se agota, se hastía, se duele y entristece cada dos por tres, pero en pocas horas, amándola constantemente, vuelve a estar brotando de nuevo, con enérgica alegría.
Te imaginas a qué es comparable ese amor infinito y lo único que se le acerca es la aceptación absoluta de a quienes amas con todas las cargas que eso suponga, y es a tu madre, tu hermana y tu sobrina. Aquellas que te dieron la vida, la compartieron contigo y te dan fuerza renovada con su inocencia respectivamente. ¿Cómo vas a rechazar el aprendizaje que te ofrecen las demás? Como cuando aprendes a sumar paciencia para esforzarte en que entiendan cuáles son tus motivos, aprendes a relativizar tu intensidad, a mutar tus ideas para depositarlas y convertirlas en otras formas para dispersarlas mejor, cuando aprendes a girar el argumento sin tensión para conseguir atrapar al que te escucha y en ese preciso momento en el que ves el clic, es cuando lo entiendes, vale la pena haberse sentido madre, haberse sentido agitadora, toca morales y levanta mantas cubiertas de mugriento convencionalismo. Y todo esto, desde la más profunda honestidad de saberse improvisadora de pensamientos y parca en palabras.
Me construyo, mirándome sobre cómo se construyen las demás, experimentando el reflejo y el autoanálisis en todo lo que hago. Aprendo a retirar privilegios viendo como las demás, me traen la S para incluirla en Feminismo-S. Y siento que gracias a ellas, que se construyeron en zona no segura, son valientes iluminadoras de caminos y las que recorrieron el transitado y aportaron su pequeño granito más, son nutridoras. Soy porque ellas fueron y a la vez me ayudan a sentirme de forma coherente y precisa, de querer saber hacia dónde caminar.
Unas iluminadas, otras apenas con una bombilla, todas ellas plenas de vida, honor y lucha. Fueron todas madres conmigo, porque me enseñaron a ser, cada una a su manera, en su forma y contenido, todas me maternaron con amor, con cuidado, con cariño, sin saberse casi constructoras de mi persona. A cada una de ellas las llevo en mi corazón, ajeno a todo menos a ellas, las que me hicieron querer ser también dadora de amor, vida y cuidados, a ser madre de lo propio y de lo ajeno.